- Creí en tus palabras.
- Sé que lo hiciste y aún hoy te lo agradezco.
- ¿El creerte?
- El seguir a mi lado más allá de tu miedo.
- ¿Acaso lo puedo evitar?
- Podrías vivir sin aceptarlo.
- No es eso lo que no acepto.
- ¿Es el miedo a estar sola?
- A seguir sola.
- Seguís sin ver muchas cosas...
- ¿Por qué me cuesta tanto?
- Porque así lo querés, así te funciona…creyendo que no funciona.
- Mi miedo sigue ahí.
- Él no se va a ir, vos lo tenés que olvidar.
- ¿Y mi deseo?
- Ese nunca lo olvides.
- Hoy hay otro eclipse...
- Pedí nuestro deseo.
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No es tiempo de intentarlo.
No es tiempo de hacer lo que te pido, porque no quiero pedírtelo.
Quiero que nazca de vos, de tus adentros.
Quiero que me veas y quieras abrazarme.
Se que no es fácil tratar conmigo.
Se que no soy fácil.
Pero tampoco soy imposible, y eso lo tendrías que saber.
Quiero y no quiero.
Quería y ya no más.
O quizás nunca lo quise,
y sólo me mentía haciéndome creer que era lo que quería
porque era lo que había.
Qué sentido tiene ponerse a pensar eso ahora.
Ni que vaya a cambiar algo.
Y que me abraces y me beses, hoy,
cuando te cuento lo que no te conté desde que nos encontramos hace meses,
no tiene sentido.
Se fue.
Ya no está.
No luches contra eso.
No quieras que cambie de parecer.
No le busques un por qué más allá del que te estoy dando,
porque ya bastante me cuesta ponerlo en palabras,
como para que busques un trasfondo en otro lado.
Murió.
Y era hora de que me saque las vendas de los ojos.
Mi justificación fue que él, en mi lugar, hubiese hecho lo mismo.
Cómo poder transforman a un hdp en un ser completamente sensible, vulnerable a la luz de una mujer. Es un respiro al alma, un aliento al corazón.
El recuerdo de la primera reunión se desvaneció. Poco importaba lo que hacía para caer bien, para parecer más vivo, para vender humo. Entre líneas abría su corazón, para ella, para él, para mí. Se puede encontrar el camino, por más perdido que uno esté. Se puede hacer de lo negro, un halo de luz
que enceguece entre tanta oscuridad.
Sabía que no podía decir nada, que no podía develar lo que había leído, lo que había visto, que lo estaba conociendo y esa persona me gustaba mucho más que el personaje que juega a ser cada vez que abre la puerta de la oficina, cada vez que habla y le saca una sonrisa a todo el mundo.
Se ganó mi respeto. No siendo la persona que es siempre, el ganador, the boss, sino siendo esa persona que abre el corazón frente a una computadora que no pone freno a lo que las teclas guían, que no juzga ni se burla de lo que queda guardado, quizás sin salir a la luz, como lo hago yo.
¿Y si vuelvo a soñarte,
si vuelvo a encontrarte en mi camino o
a pensarte cuando me encuentran minutos en silencio?
¿Y si te aparecés de la nada y me movés todo?
Me movés todo.
¿Y si me abrís la puerta y me invitás a pasar cuando YO quiera?
¿Qué hago?
Preocuparme por el tiempo sería en vano.
Lo pasado y presente se mezclan como los ingredientes de una torta
y se elevan, cada vez más, en mi cabeza, en mis pasos, en todos lados.
Quiero posar mi oreja sobre mi pecho y escuchar que dice...
Porque lo que dicta el cerebro, con vos, nunca coincide en cuestiones del corazón.
Pensar en la primera impresión me hace cuestionarme cómo llegué acá,
a este punto.
Estar pendiente de una mirada, de un gesto, de conversaciones irrelevantes que busco transformar en declaraciones de amor.
Lo espío desde la ventana y lo busco entre los sueño.
Miradas fugaces que no dejan una respuesta a la pregunta que jamás voy a formular en palabras.
Un momento al día, sólo eso. Quizás dos.
Sí, lo se, el día a día, nueve horas.
No es lo más brillante que hice, tampoco lo más idiota.
Pero es siempre lo mismo.
Yo lo miro, lo busco, lo descubro entre los comentarios ajenos.
Detrás mío, no atrás mío. Así estamos ahora, y yo sigo haciéndome lo mismo.
No me desees, eso dejámelo a mí.
Vos sólo conquistame.