Ella creía que el horóscopo era una mera sumatoria de frases construidas
por el rutinario trabajo de alguien que nunca levantaba la vista del teclado para ver las estrellas.
No le importaba la fecha o la alineación en la cual había nacido
su media naranja... sino el hecho de que no sea media, sino una entera.
Sin embargo, cuando llegó a su mar, ese que lo había formado,
que lo había hecho ser un marinero en busca de su norte,
el hombre de pocas palabras que las dice en el momento junto...,
ella comprendió que era más piscis de lo que pensaba.
Era el salmón remando contra la corriente que se conformaba
con la pareja que encontraba, aunque sea despareja. Era como un pez que necesitaba de su mar para vivir.
Él, así como predicho en tres renglones por una revista cualquiera:
pasó de ser un conocido, a ser parte de ella misma.
Y se dio cuenta que todo pasa por algún motivo.
Ella, ante la situación, se refugiaba en él, en sus palabras, en sus caricias
y gestos que antes evitaba, que aceptaba sin darles importancia.
Hoy es otra mujer la que recibe su amor..., con lo feo que suena decirlo así, pero con lo lindo que debe ser.
Quien sigue sus caprichos sin cuestionarlo como lo hacía ella.
Quien realmente se abre ante él, y puede tenerlo plenamente.
Se dio cuenta que por algo la vida da las vueltas que da,
y que si no lo aprende hoy, jamás podrá.
Y que los golpes de la vida golpearán más y más fuerte,
antes de que aprenda a amar.
Aquello que había ocurrido unos años atrás, que había quedado grabado
y que más de uno recordaba como “una linda historia de un amor”,
no se repetía del otro lado de la calle.
Sin el héroe al cual acudir, sin su mano llamándome para que me refugie
en sus brazos, estaba sola y el corazón comenzaba a palpitar a mil.
Sabía que se iban a acercar, como aquella vez, “un flaco y un pendejo”,
y que me iban a poner contra la pared.
Del ese lado de la calle, y luego de algunos años, era otra.
No necesité del héroe, ni ese día ni al siguiente.
No lo necesité para correr, para gritar, para vivir lo que toque.
Del otro lado de la calle, una vez superado el mal trago, una vez espantados los hijosdeputa, me tenía a mí misma, sin buscar la otra mitad de nada. Entera.
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La espera menos silenciosa hasta el primer beso duró nueve horas y media...
"Ella se deja querer" dijo luego de besarla y de ver su enorme sonrisa
de respuesta.
Piensa en él, en sus cachetes...
Jamás hubiese dicho que esa sería la cualidad que siempre le comentaría
a la gente, y automáticamente iluminaría su cara.
Ella se deja querer. Pero no por mucho tiempo.
Siempre encuentra un motivo y huye.
Sin comprender realmente qué paso, él, de vez en cuando,
le sigue sacando una sonrisa.
Sin importar cuantas horas pasen hasta el próximo beso... si lo hay.